Cuando empecé mis andanzas por el mundo empresarial la idea de los viajes de negocios sonaba en mi cabeza como algo elegante y glamouroso. La imagen que proyectaba mi mente, quizás consecuencia de tantas y tantas películas románticas, era la de una mujer perfectamente arreglada, enfundada en un buen traje, subida en unos bonitos manolos y con una maleta tipo Louis Vuitton. Obviamente esta mujer ni llevaba ordenador ni se arrugaba la ropa en el camino entre su casa y la reunión.
Mis primeras experiencias en esto de los viajes de negocios no fueron exactamente “chic”. Anduve por distintas partes de la geografía Española. El plan consistía en levantarse infinitamente pronto para ir a la estación y coger un tren que, no solo no era de alta velocidad sino que además parecía sacado de un museo. Después de unas interminables horas, llegada al destino con el traje arrugado, cara de sueño y el ordenador en la mano. Total entre el agobio, el cansancio y los tacones, que obviamente no eran manolos, en vez de glamourosa parecía mugrosa!!!
La cosa mejoró un poco cuando me tocó saltar el charco. Los vuelos, la mayoría con escala en Nueva York, pintaban mejor y eso que nunca llegué a ir en business. Además al ser trayectos largos solía tener tiempo para pasar por el hotel para atusarse un poco. Al final, y resumiendo un poco, el resultado fue el mismo…chica corriendo desesperada por el aeropuerto de Newark para no perder el vuelo de conexión, resbalón y golpazo contra el suelo de mármol, vergüenza colectiva, ordenador en mano, sudorina constante de tanto estrés, maleta perdida entre la nieve de los “estates”, retrasos interminables, nevadas que cancelan los vuelos… Menos mal que, como os decía, en aquellas ocasiones pude pasar por el hotel y mejorar el aspecto andrajoso para aparentar un estilo medio presentable, y digo medio porque siempre se me olvidaba algo necesario para dar el toque final a los modelitos.
Mañana empiezo una nueva andanza en esto de los viajes de trabajo, pero visto lo visto, y después de horas y horas de aeropuertos, días de trabajo interminables, etc., estoy pensando en abandonar la idea del glamour y votar por la idea de lo práctico. No sé, quizás este se quedó con Audrey en las películas en blanco y negro de los 50.
Mis primeras experiencias en esto de los viajes de negocios no fueron exactamente “chic”. Anduve por distintas partes de la geografía Española. El plan consistía en levantarse infinitamente pronto para ir a la estación y coger un tren que, no solo no era de alta velocidad sino que además parecía sacado de un museo. Después de unas interminables horas, llegada al destino con el traje arrugado, cara de sueño y el ordenador en la mano. Total entre el agobio, el cansancio y los tacones, que obviamente no eran manolos, en vez de glamourosa parecía mugrosa!!!
La cosa mejoró un poco cuando me tocó saltar el charco. Los vuelos, la mayoría con escala en Nueva York, pintaban mejor y eso que nunca llegué a ir en business. Además al ser trayectos largos solía tener tiempo para pasar por el hotel para atusarse un poco. Al final, y resumiendo un poco, el resultado fue el mismo…chica corriendo desesperada por el aeropuerto de Newark para no perder el vuelo de conexión, resbalón y golpazo contra el suelo de mármol, vergüenza colectiva, ordenador en mano, sudorina constante de tanto estrés, maleta perdida entre la nieve de los “estates”, retrasos interminables, nevadas que cancelan los vuelos… Menos mal que, como os decía, en aquellas ocasiones pude pasar por el hotel y mejorar el aspecto andrajoso para aparentar un estilo medio presentable, y digo medio porque siempre se me olvidaba algo necesario para dar el toque final a los modelitos.
Mañana empiezo una nueva andanza en esto de los viajes de trabajo, pero visto lo visto, y después de horas y horas de aeropuertos, días de trabajo interminables, etc., estoy pensando en abandonar la idea del glamour y votar por la idea de lo práctico. No sé, quizás este se quedó con Audrey en las películas en blanco y negro de los 50.
Sea como sea...nos vemos a la vuelta.
xoxoxo